“Un viajero no ve nada a fondo: su mirada resbala sobre los objetos sin penetrarlos.”
Honoré de Balzac
Asomó lentamente la cabeza por encima de la roca y se apresuró a ocultarse de nuevo. Era la cosa más horrible que había visto en la vida. Pensó en huir, en volver a casa y ocultarse bajo la cama, pero algo en su interior le impulsaba a mirar de nuevo. Volvió a asomarse con cautela. Todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión, preparados para reaccionar y escapar lo más lejos posible. El objeto era grande como una casa, pero no había estado allí siempre.
Había caído del cielo, levantando una ligera nube de polvo rojizo. La construcción parecía solida y no podía imaginarse como había topado con el suelo sin hacerse añicos, o al menos rebotar de nuevo hacia el cielo, que habría sido lo más normal. Entonces un sonido parecido un siseo le sobresaltó, pero no se movió. La estructura se abrió, recortando una silueta con su tenue luz interior. La silueta saltó hacia el exterior, hasta posarse en la arena que componía la
explanada. Era un ser vivo, sin duda, pero no se parecía a nada que hubiera visto antes. Tenía cuatro extremidades que se agitaban independientemente, unidas a un tronco largo, coronado por una especie de esfera brillante. Sabía que aquello que veía era tan solo algún tipo de traje, y que su verdadera forma podía ser distinta, pero aún así era inequívoco que no era uno de los suyos. ¿Vendría del espacio? Había escuchado historias de platillos volantes durante toda su
vida, pero jamás las había tomado como ciertas. Siempre había pensado que eran majaderías. Y ahora tenía la prueba ante sí.
El ser se agachó y recogió una roca oscura del suelo, y la alzó hasta la esfera como si la observara con especial interés. A él no le pareció nada fuera de lo común, tan solo una roca como las otras miles que había por la zona. Pero al ser le parecía fascinantes, pues agitó con especial fuerza uno de sus tentáculos y emitió un sonido extraño, casi metálico. Otro ser no tardó en salir de la estructura corrió hacia el primero. Al verlo correr en pos de su compañero, pudo comprobar lo torpes que eran sus movimientos. En algunos momentos parecía que flotarían, pero luego volvían a tocar el suelo, levantando una cortina de polvo. El segundo parecía tan fascinado por la roca como el primero. Cuando hubieron examinado el mineral, uno de ellos lo introdujo en su cuerpo a través de una abertura en el traje. Le sorprendió
ver como engullían la roca, pero le alivió pensar que ese podría ser su sustento. El segundo, que portaba algo a la espalda, agitó una de sus extremidades y cogió el aparato. Era un palo alargado y blanco, y en el extremo había una especie de lona con un tipo de dibujo lleno de colores. Clavó el instrumento en el suelo y los dos seres se miraron, si es que acaso tenían ojos. Parecían satisfechos mientras observaban el objeto. Entonces uno de ellos gritó. Estaba
mirando hacia donde él se encontraba oculto. Uno de los tentáculos señaló hacia él y los seres comenzaron a moverse.
Se tiró detrás de la roca. Sentía un miedo atroz. Sabía que era más rápido que los seres, pero siempre podría estar equivocado. Quizás se movían así para que las presas se confiaran. Sentía como los pesados pasos se acercaban a él. Tomó la decisión de huir. Tomó aliento e hinchó su bolsa gástrica. Cuando notó como el helio comenzó a llenar sus pulmones, agitó la aleta dorsal y comenzó a flotar a gran velocidad, alejándose del lugar. Elevó el ojo por encima de su cabeza para ver si los seres le venían a la zaga, pero habían desaparecido. No parecían capaces de seguirle. Comenzó a tranquilizarse, y si piel volvió a calentarse por encima de los cincuenta y dos grados, recobrando su color malva habitual. Aún así no se detuvo, continuó flotando. Giró una roca y se filtró por un pequeño agujero en el suelo. Tuvo que reducir el tamaño de su bolsa gástrica para poder pasar por él, y perdió así velocidad. Tras varios pasadizos que se adentraban más y más en el fondo de la tierra, llegó a una vasta abertura en la roca. Allí se alzaba una ciudad de altos edificios y fluorescentes luces que surgían de su interior. Se paró frente a la puerta de una construcción baja y expulsó el helio. Posó sus tentáculos en el suelo y se deslizó hacia el interior. El bar estaba concurrido, pero encontró un taburete libre. Se enroscó a él y apoyó cómodamente una aleta sobre la barra. El camarero se arrastró hasta él saludándole con un movimiento de su ojo.
-¿Te pongo lo de siempre Gxl?- Dijo el camarero mientras con un tentáculo cogía un vaso del otro lado de la barra.
– Gracias Rrl, pero hoy necesito algo más fuerte.
– ¿Qué es lo que te ha pasado?
Gxl pensó en contar a su amigo lo de las criaturas que había visto en el llano. Levantó el ojo y miró a su alrededor. Algunos ojos se habían alzado y estaban pendientes de él. Decidió no decir nada. Lo hubieran tomado por loco si hubiera hecho público su descubrimiento. Las historias de Terranos eran un simple pasatiempo, cosa de la globovisión.
– Ponme un hhkl y basta de preguntas.- Dijo y todos los ojos giraron en redondo y volvieron a prestar atención al partido fwqql que se retransmitía en la globovisión. El camarero le puso la copa con un rápido movimiento de tentáculo.
Gxl estiró la lengua y la introdujo en el recipiente, dejando que el alcohol se filtrase por los poros de su lengua. Y poco a poco se fue olvidando de aquellos misteriosos visitantes.