«En la mayoría de los casos la ignorancia es algo superable. No sabemos porque no queremos saber.»Aldous Huxley
CURIOSIDAD
Aquella era una noche horrible. Era detestable. Vamos, como cualquier otra noche. Maddie paseaba por uno de los barrios más elegantes de la ciudad, una de esas urbanizaciones para ricos. A simple vista no parece que eso sea algo por lo que estar de mal humor, pero es que Maddie no vivía allí. Ni tan siquiera estaba de visita. Simplemente había ido por negocios. Era prostituta. Y aquella noche había recibido la llamada de un cliente nuevo, un ricachón al que alguno de sus amigotes la había recomendado. No es que fuese un mal trabajo, se había tirado a tipos más asquerosos y en sitios bastante menos agradables, pero aquel tío era un cerdo. Después de follar la había echado sin siquiera darle tiempo a vestirse, y en la puerta de su casa le había tirado el fajo de billetes a la cara. Una cosa era que fuera una puta y otra que la trataran como tal. Por eso estaba de mal humor.
Aquella noche, para acabar de rematar, parecía como si las temperaturas hubiesen descendido de golpe y, claro estaba, ella no vestía precisamente como un esquimal. De modo que aceleró el paso. Mientras miraba en ambas direcciones de la calle para tratar de encontrar un taxi, comenzó a recordar cómo empezó ella en aquel negocio. No lo había elegido voluntariamente, claro. Comenzó como algo para poder pagarse los estudios, pero luego dejó la universidad y siguió en el mundo de la prostitución. Figúrate, en algún momento había querido ser abogada. Se rió en silencio. Se vio en un tribunal jodiendo a los culpables. Ahora no solo jodía a los culpables, sino también a los inocentes y a todo aquel que pagara lo que valía.
De una de las mansiones por las que pasaba, salió una mujer que le llamó la atención. Vestía de forma elegante, como si fuese a la opera, con sombrero incluido. Y sobre sus hombros una piel de animal muerto que parecía calentar bastante más que su chaqueta vaquera que le llegaba por encima del ombligo. Era una mujer joven, calculó que aproximadamente de su edad. En realidad tenían bastante parecido, claramente disimulado por aquella máscara de maquillaje fino. Movida por la curiosidad, decidió seguirla. Pensaba que en algún momento cogería un taxi, pero no lo hizo. Siguió caminando. De pronto se encontró en un barrio que Maddie conocía muy bien, el Boulevard. Un sitio lleno de gentuza, entre la que ella se contaba como uno de sus miembros más acérrimos.
La “ricachona”, para sorpresa de Maddie, no se conformó con ir sola de noche por uno de los barrios más peligrosos, no solos de la ciudad, sino del sur de California, además tuvo que adentrarse en un callejón inmundamente oscuro. Maddie, por supuesto, la siguió, ignorando aquel dicho popular: La curiosidad mató al gato. Ella tampoco era un gato después de todo, en todo caso una zorra.
Asomó la cara tras la esquina, y vio que la mujer se paraba frente a un mendigo de ropas harapientas. El indigente la observaba con mirada desconcertada, muy agarrado a su botella y bajo una manta de periódicos tan o más sucios que él mismo. La curiosidad se hacía cada vez más grande en Maddie, como un globo que no tardaría en estallar. Y estalló. Se quedó atónita ante lo que sus ojos presenciaron. La tipa del abrigo de pieles había sacado un cuchillo y acababa de degollar al mendigo. Los periódicos se mancharon con su sangre y la botella rodó por el suelo hasta el otro extremo del callejón. Maddie se tapó la boca para no gritar. Logró contenerse, aunque no era su especialidad; Estaba demasiado acostumbrada a gritar en la cama, siempre fingiendo claro.
Pero la asesina del collar de perlas no se contentó con eso. Se agachó cuidadosamente, para no mancharse, junto al muerto, le abrió la estropeada camisa que antaño fue blanca con un tirón y le practicó una incisión en la cavidad pectoral. Era horrible, pues en pocos segundos, en la mano enguantada de la mujer latía uno de los órganos del difunto. Su corazón. Maddie contuvo una arcada. La mujer, sacó de su bolso un recipiente de plástico y guardó el órgano extirpado en él, y a su vez, éste de nuevo en el bolso. Tiró el cuchillo y los guantes y se dirigió de nuevo a la calle principal, hacia Maddie.
Maddie se colocó frente al mostrador de una tienda simulando no haber visto nada, pero notó como la mirada de la mujer se clavaba en su nuca al pasar junto a ella. ¿Era desdén? Una asesina que la miraba con aire de superioridad. Habría sido gracioso en otras circunstancias.
La curiosidad seguía flotando dentro de ella mientras observaba a la mujer marcharse por dónde había venido, pero decidió dejarlo estar. Porque Maddie, podría ser una puta y una cotilla, pero no estúpida, pero sobretodo porque no quería llegar a tener que cambiar ningún otro refrán popular. Se quedaba con el de: Más vale corazón en mano que cien mendigos.