«Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas,de pronto, cambiaron todas las preguntas.»Mario Benedetti.
GENOCIDIO
Me detuve un momento para recobrar el aliento. La marcha continuaba a un ritmo constante, casi marcial a pesar de que no fuéramos soldados. Cuando la compañera de delante, a la cual seguía, se alejó unos pasos, procedí a reanudar la marcha, o me exponía a que la que me seguía a mi tropezara conmigo y se generara una reacción en cadena a lo largo de la larga caravana. Una vez recuperado mi puesto alcé la vista hacia el Sol, para descubrir que tan solo habían pasado unas pocas horas desde nuestra partida. Por un momento había llegado a pensar que habían transcurrido semana o hasta meses. No podía estar más equivocada. El astro Rey apenas había dado unos pasos sobre su manto azul celeste y mucho menos se había ocultado en algún momento. El caso es que me encontraba agotada, tal vez por la edad. Recuerdo que cuando era joven ansiaba que llegaran aquellas expediciones, aventuras y emociones que esperaban a la vuelta de la esquina. Pero ahora era algo rutinario, una obligación con la que todas debíamos cumplir para salvaguardar la colonia.
La extensa caravana desaparecía detrás de un montículo, y siguiéndola comencé a trepar por aquella escarpada ladera. El terreno, aunque pedregoso y con tramos de arenisca, no frenaba en absoluto el avance. Todas sabíamos lo importante de la expedición. Una expedición en busca de alimento para poder sobrellevar el invierno dentro de nuestra comunidad, el cual se presentaba duro y largo, según las actuales caídas de las temperaturas. Sí teníamos suerte volveríamos con comida suficiente, tal vez trigo, cebada o algún otro cereal consistente para almacenar. Si no la teníamos… No quiero pensar en ello. He oído historias terribles de nuestras ancianas, que hablan de épocas de penurias, de muerte y de hambre. No, no tengo que pensar en eso, tenemos que ser optimistas y concentrarnos en nuestro objetivo.
Al llegar a la cima del montículo me quedé asombrada ante la magnífica vista de todo el valle. Praderas verdes y frondosas en todas direcciones. Los tallos verdes de hierba se mecían con la ligera brisa de la tarde. Era espléndido. De repente todos los oscuros pensamientos se alejaron de mí, desechándolos a un oscuro rincón de mi mente. Tanta belleza no podía augurar nada malo. O eso pensaba. Pero me engañaba a mí misma.
Fue entonces cuando se desató la locura. Recuerdo quedarme paralizada ante aquel extraño objeto. Era un gigantesco aro brillante que flotaba en el aire como por arte de magia. Trazó varios círculos sobre al valle hasta detenerse sobre la cabeza de la columna. Miré a mis compañeras pero ninguna le prestaba la menor atención al objeto. Dudé por un instante de que fuera real, tal vez fruto de mi vívida imaginación, pero no era así. Del centro del gigantesco anillo comenzó a brotar un haz, una luz tan intensa y cegadora como nunca había visto en mi vida. Grité alarmada, intentando advertir a las demás, pero no me hicieron caso. Algunas se limitaron a murmurar malhumoradas por romper el ritmo, otras simplemente me ignoraron pasando por mi lado y dejándome atrás.
El haz, cada vez mas intenso, fue a caer sobre la vanguardia de la caravana y una de mis hermanas fue alcanzada. Se detuvo en seco, como si estuviera paralizada y segundos después estalló en llamas, retorciéndose de dolor, en una agonía espantosa. Por fin la caravana se detuvo, pero no reaccionaron como yo esperaba. No huyeron en desbandada, como debieron haber hecho. Se quedaron petrificadas por el miedo. Ni siquiera quien estaba más cerca del cadáver osó de alguna manera echar a correr. Grité, grité con todas mis fuerzas, pero no sirvió de nada. El pánico había hecho mella en ellas. El aro voló en dirección a la siguiente de la cola con el mismo resultado. El intenso haz la carbonizó en cuestión de segundos.
En ese momento no lo pensé. ¿Cómo podía pensar en nada? Pero ahora me vienen a la mente cuentos que las viejas cuentan a las niñas. Historias de miedo, sobre seres terribles, de dimensiones colosales como las montañas mismas y que apenas podemos percatarnos que están ahí porque se mueven tan lentamente que apenas podemos percibirlo, pero que de una sola zancada pueden recorrer la misma distancia que una de nosotras en dos vidas enteras. Nunca me creí esas historias, me parecían tan ridículas. Pero al ver lo que estaba ocurriendo no podía negarlo. Hay muchas cosas ahí fuera que desconozco por completo.
Si se trataba de los Seres-montaña, ¿por qué nos hacían esto? ¿Qué les habíamos hecho para merecer tan atroz castigo? Si para unos seres tan poderosos deberíamos parecer insignificantes, merecedores de misericordia y no del odio que demostraban. Me fijé con atención en el aro, porque al igual que mis hermanas yo tampoco podía moverme, y noté que no estaba suspendido en el aire en sí mismo, estaba conectado a algo mucho más grande, tanto que se perdía en la lejanía del horizonte. Debía ser una de las articulaciones de uno de esos Seres-montaña. No se podía distinguir bien su forma, para mi no era más que una figura abstracta que se perdía en e infinito mientras mi hermanas eran masacradas y convertidas en brasas. Aquel objeto anular me tenía embelesada, como si ejerciera alguna especie de efecto hipnótico sobre mí. Es sin duda un arma peculiar, una lástima que sea utilizada con tan depravadas intenciones.
Contuve el aliento. El aro había barrido el valle y había acabado con la mayor parte de la caravana, pero lo que me asustó era que se dirigía hacia mí. A mi alrededor mis hermanas continuaban paralizadas, temblando como hojas y con los ojos fijos en el objeto circular. Entonces, en contra del instinto de permanecer junto a las demás, desechando por completo todo lo que me habían enseñado durante toda mi vida, hui. Corrí con todas mis fuerzas sin mirar atrás. Corrí a lo largo de la larga fila, pasando junto a todas las demás. Ninguna se volvió para mirarme, observaban con fijación el halo, el brillante halo de la muerte. Sentía la necesidad de volverme y echar un último vistazo, observarlo por última vez. Sentía como me llamaba, como tiraba de mi alma hacia él, hacia su brillante luz más intensa que la del Sol. Pero me contuve. Hice acopio de todas mis fuerzas para no girarme.
Cuando me quise dar cuenta, estaba completamente sola. Tuve que detenerme para poder orientarme. Sin las demás para guiarme apenas podía reconocer el camino. Tuve que caminar un rato en zigzag hasta encontrar el camino de vuelta. Lo hice a paso ligero y cuando vi la estructura en forma de torre construida con arena roja que llamaba hogar, aceleré el paso cuanto pude.
Al entrar en la colonia me crucé con obreras que reforzaban uno de los túneles del ala este. Todas se me quedaban observando atónitas al verme regresar sola y sin la tan ansiada comida que había promovido toda la expedición. Atravesé varias secciones hasta entrar en la amplia galería donde la Reina se preparaba para su gran comilona. Ésta y todo su séquito se me quedó observando con ojos como platos. Me detuve un momento un poco aturdida por el cansancio y por el olor dulzón que despedía la comida que la Reina estaba a punto de degustar. Tardé unos segundos en recobrar el aliento mientras los demás me hostigaban a preguntas. Me apresuré tanto como pude en explicar lo ocurrido. La sala fue invadida por un silencio sepulcral hasta que hube terminado mi terrorífico relato.
Al terminar, la Reina hizo un gesto a su séquito para que se retirara y yo estaba a punto de hacer lo mismo cuando me pidió que me quedara. Entonces me dijo la verdad. Me dijo que nuestra colonia era un grano de arena minúsculo en una playa que no tenía fin. Me dijo que éramos insignificantes a ojos de casi todas las criaturas que habitaban más allá de la colonia. Yo me negaba a creerlo. Me dijo que a pesar de ello debíamos cumplir con nuestro deber, y con una palmadita en la espalda me mandó de nuevo al trabajo.
Me reasignaron al departamento de túneles. Supe entonces que mis expediciones se habían terminado para siempre. Ninguno de mis superiores me dio ninguna otra explicación y me prohibieron hablar de lo que había visto. Pero lo entendía. Había salvado la vida, pero había faltado a mi deber. Todas mis hermanas mantuvieron la formación hasta el final, a pesar del miedo. Eran remplazables. Todas lo somos. Ahora lo entiendo de verdad. Así de insignificante es la vida de una hormiga. Así de insignificantes lo somos todas nosotras.