Ad Noctum

A pesar de que ya era bien entrada la noche, un tenue resplandor se colaba furtivo en la habitación a través de una pequeña rendija en su ventana. Se arropó hasta la nariz y abrazó con fuerza a Orson, su fiel osito de trapo, que en aquel momento desprendía un intenso aroma a lavanda tras pasar la tarde entera en la lavadora. Un mueble se atrevió a crujir clamando por su atención. Asomó sus ojillos por encima del edredón y miró hacia el armario que se alzaba a los pies de la cama. Una angulosa forma se proyectaba siniestramente sobre la puerta. “No tengas miedo”, susurró el niño a Orson, pero el oso no era quien comenzaba a temblar.
La sombra empezó a desplazarse lentamente, y el niño no tardó en percatarse de que la puerta del armario se estaba abriendo. Un nuevo crujido le sobresaltó y cerró los ojos acurrucándose bajo la protección de sus sabanas. El silencio le inquietaba y por ello volvió a asomarse. La puerta del armario estaba abierta de par en par, pero no había nada en su interior que se encontrara fuera de lugar, tan solo ropa y juguetes. Suspiró aliviado. “¿Ves? No hay nada de lo que asustarse.”, le dijo a Orson con un aire de confianza recién adquirido. Se dio media vuelta disponiéndose a dormir cuando un ruido extraño, como de algo al deslizarse, le llegó desde debajo de su cama. Tendió el oído atento, pero no oyó nada salvo su propia respiración. Cogió a Orson y lo miró directamente a sus pequeños ojillos negros de plástico. “Sé valiente Orson y ve a ver.”, le dijo. Extendió el brazo con el osito en la mano y lo asomó por el borde de la cama. De pronto el muñeco de trapo se escurrió de entre sus dedos y desapareció de su vista en el negro abismo que se extendía a los pies de su cama. De nuevo el ruido  bajo el colchón se hacía más audible. Se cubrió la cabeza y se encogió como un erizo, temblando de miedo. Tomó aliento y dejó de respirar, quedando sepultado por un manto de silencio, hasta que fue interrumpido por algo similar a un jadeo profundo y áspero que se acercaba lentamente hacia él. El pelo de la nuca se le erizó y ya no pudo contenerse más. Lanzó un grito con todas sus fuerzas. Segundos después las luces de la habitación se filtraron a través de las fibras de la sábana, y cuando sacó la cabeza vio a su madre bajo el quicio de la puerta, observándole con una expresión que se debatía entre el cansancio y la comprensión, igual que tantas otras noches.
Su madre le consoló, recogió a Orson del suelo y lo colocó junto a él. Los arropó a ambos y le besó en la frente. Dejó la puerta entreabierta y la luz del pasillo encendida, cosa que le dejaba más tranquilo. Miró hacia el armario. Le pareció contemplar una sombra extraña en su interior y la puerta se deslizó lentamente hasta quedar cerrada de nuevo. Abrazó al oso de trapo y le dijo: “Al menos esta noche estamos a salvo.” Dicho esto cerró los ojos para sumirse en un plácido y profundo sueño.